Desde los grandes vinos dulces de Jurançon hasta los refinados tintos de Bergerac o la potencia rústica de los de Cahors o Madiran, el Suroeste ofrece una diversidad de vinos que sólo pueden deleitar las papilas gustativas de los enófilos. A través de ellos, caminamos en paisajes de verdes lomas, donde la ganadería se la disputa a la vid. Aquí, la felicidad está en la bodega, porque los vinos son el espejo de una dulzura de vida única, la riqueza del patrimonio culinario y arquitectónico lo atestiguan. Generosos y comunicativos, se invitan naturalmente a la mesa para disfrutar de preciosos momentos de convivencia.